27.5.07

IquiquExpress


HACE TIEMPO QUE NO ESCRIBÍA ALGO QUE NO FUERA POR OBLIGACIÓN. LA ÚLTIMA VEZ FUE A FINES DEL AÑO PASADO, CUANDO CON MI AMIGO PERSONAL aquiles cribo ARMAMOS LA REVISTA melcocha, QUE -NO PERDEMOS LA ESPERANZA- MÁS TEMPRANO QUE TARDE VERÁ LA LUZ DEL SOL PARA DISFRUTAR DEL CALENTAMIENTO GLOBAL (AUNQUE, ESTOY SEGURO, SERÁ MÁS CALIENTE QUE GLOBAL). Y ANTES QUE ESE PROYECTO, SÓLO PUEDO HABER ESCRITO ALGO ASÍ PARA EL DESAPARECIDO DIARIO el nortino, QUE TENÍA ESPACIOS DE MEDIANA LIBERTAD Y OTROS DE LIBERTAD ABSOLUTA PARA PUBLICAR. POR ESO –Y AUNQUE ESTE TEXTO ES BASTANTE INFORMATIVO- ACEPTÉ LA INVITACIÓN INDIRECTA DE reinaldo berríos PARA COLABORAR CON EL SEMANARIO iquiquexpress. AAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH.




Imagen: Huelguistas en Baquedano.


¿Cómo se conmemorará el histórico
y simbólico acontecimiento?

Centenario de la masacre
en la Escuela Santa María:
Mil cosas pueden pasar... ¿o no?

Desde el segundo piso de la escuela Domingo Santa María, en las ventanas que dan hacia Zegers, cuelga un lienzo en el que se lee “99 años ¿no importan?”; parece una protesta por la inevitable –aunque aún sin fecha- reconstrucción que sufrirá el edificio, que terminó de dañar el terremoto de 2005 ¿o será una crítica, ya añeja, a la escasa evocación que el año pasado se hizo de la masacre sufrida por obreros pampinos en 1907?. Lo cierto es que, este reproche o malestar, bien se puede extender a lo que hasta ahora se ha informado públicamente para conmemorar los 100 años de la tragedia.

Tal vez porque son (al menos) dos las entidades que preparan eventos de manera separada. Una “oficial” encabezada por el Gobierno Regional y otra “ciudadana” compuesta por distintas organizaciones de carácter político, sindical y social.
EL RESTO, EN iquiquexpress PUÉ...






23.5.07

"ALLENDE QUERÍA TENER ESE HIJO”


SIMPLEMENTE LA MEJOR ENTREVISTA QUE HE LEÍDO Y, COMO LO ANUNCIA LA EDITORIAL -ESCRITA AL NIVEL DE LA ENTREVISTA-, ES DIFÍCIL PENSAR EN UNA MEJOR... LOS CRÉDITOS SON PARA mónica gonzález Y juan andrés guzmán, DEL the clinic.


Gloria Gaitán fue elegida por Allende para cumplir su último deseo: tener un hijo que prolongara su historia. Un hijo hombre. La decisión la tomó en los últimos meses de su gobierno, cuando ya había decidido que no abandonaría La Moneda vivo. Gloria aceptó la propuesta porque se enamoró de él y porque vio en Allende la reencarnación de su padre, el legendario José Eliécer Gaitán, cuyo asesinato en 1948 desató la violencia en Colombia. Cuando supo que ella estaba embarazada, Allende comentó eufórico a uno de sus amigos: “ese niño va a ser hijo de Allende y nieto de Gaitán”. Gloria intentó cumplir ese último deseo como si fuera una misión. Hoy tiene 70 años y aún le duele no haber podido hacerlo.

Varias versiones existen sobre lo que hizo Salvador Allende el domingo 9 de septiembre de 1973, a 48 horas del Golpe de Estado. Se sabe que durante la mañana recibió a Pinochet, quien aún le juraba lealtad como comandante en jefe del Ejército, acompañado por el general Orlando Urbina, el que se decía un ferviente partidario de Allende y que pronto se convertiría en aliado del dictador. También tuvo una entrevista con Luis Figueroa, el presidente de la entonces poderosa Central Unitaria de Trabajadores, una de sus principales bases de apoyo. Pero ¿dónde estuvo Allende el resto de ese día clave? Treinta y cuatro años después del Golpe encontramos a la mujer que compartió esas horas con Allende. Se llama Gloria Gaitán y es la hija del principal caudillo liberal colombiano, cuyo asesinato hizo estallar la peor noche de violencia que conoció Bogotá en el siglo XX. Hasta ahora Gloria nunca había revelado el secreto que la llevó a ser protagonista de un domingo histórico. Un capítulo que los autores de esta crónica confirmaron con otros testigos.

Gloria, ¿es usted la mujer que estuvo con Allende parte de la jornada del domingo 9 de septiembre de 1973?
-¿Quién se lo dijo? ¿Víctor Pey?

Lo tengo confirmado, porque es un tema relevante qué hace Allende cuando le quedan menos de dos días de vida. Los relatos sobre esas horas son contradictorios. Y usted estaba allí...
-(Profundo sollozo)

¿Cómo fue que llegó a Tomás Moro precisamente ese domingo? ¿Por una historia de amor?
-No, la mía no es una historia de amor… Yo estaba ahí porque le pedí que me invitara... Nosotros nos veíamos muchas veces por la noche en Tomás Moro. Yo formaba parte de un pequeño grupo muy cercano a él, en el que estaba Víctor Pey, su mejor amigo, el de más confianza; Danilo Bartulín (su médico personal) y Joan Garcés (su principal asesor). Nos reuníamos después del trabajo y hablábamos de muchas cosas, no sólo de la situación política. Durante esas noches, por ejemplo, Allende se empeñó en enseñarme a jugar ajedrez. Le parecía muy importante para alguien que hace política saber ese juego. Y nos quedábamos charlando hasta las 2 ó 3 de la mañana. Pues resulta que una vez le dije que yo nunca lo había visto a la luz del sol. “Siempre nos vemos de noche”, le reclamé. Fíjese que fue la única vez que le hice una petición. Y Allende decidió invitar a mis hijas –María y Catalina- a almorzar el domingo 9 de septiembre a Tomás Moro. Fue muy lindo: las sentó en la mesa a su derecha y a su izquierda y les anunció que ese almuerzo era para ellas. Les hizo un paseo por Tomás Moro y les regaló un hongo de madera, una matrioschka rusa y otras cosas.

¿Quién más estaba en ese almuerzo?
-Víctor Pey y una chica colombiana de apellido Rubiano, muy reaccionaria, la que estaba en mi casa por esos días de manera accidental. No me acuerdo de más nadie.

¿Cómo lo vio ese día?
-Él amaba la vida como no he conocido a nadie. Se veía tranquilo, se dedicó a mis hijas… Mire, me impresionó mucho el día en que vi en su mesita de noche un frasco de Valium. Porque él nunca evidenciaba sus nervios.

¿A qué hora se fue de Tomás Moro ese domingo?
-Como a las 4 ó 5 de la tarde. Fue una jornada larguísima, incluso paseamos por el jardín. Él me pidió que volviera a la noche porque él se fue a la finca del Cajón del Maipo (El Cañaveral, la casa donde vivía La Payita) Y regresé como a las 8 de la noche a Tomás Moro: él no había llegado todavía. Lo esperé. Y jugamos ajedrez...

¿Qué pasó entonces?
-Mientras hablábamos en la biblioteca vimos que había salido la primera flor del cerezo que estaba junto a la ventana. Allende me dijo, “yo no veré florecer este cerezo”. Estaba absolutamente consciente de que el Golpe estaba cerca y que su muerte era inevitable... Allende nos decía que moriría sentado en la silla presidencial, que pelearía y no saldría vivo de La Moneda. Yo le decía “Chicho, los muertos solo le sirven a los más vivos. Es posible que si mueres sea más heroico, pero tú exiliado le servirás mucho más a tu pueblo porque podrás catalizar a la gente y tumbar al militar que va a dar el Golpe. Esa noche me arrodillé frente a Allende rogándole que no se dejara morir. Fue el último día que lo vi.

“No me acuerdo en qué momento me enamoro... Pero sí recuerdo como si fuera hoy el día en que me llevó al departamento de Carlos Altamirano…”

¿No se vieron el lunes antes del golpe?
-Yo estaba invitada a comer en Tomás Moro, pero le avisé que no iría porque a mis hijas les habían robado su bicicleta y estaban muy alteradas. “Diles que no importa, que yo les regalo otra bicicleta”, me dijo Allende. No, le dije, no es así, porque van a creer que todo les cae del cielo. “Acaso yo no te caí del cielo”, me respondió… Fue la última vez que hablamos.

Gloria, ¿por qué llora usted a los pies de Allende?
-... Porque le tenía un inmenso afecto y una entrega total. Yo hubiera entregado mi vida si hubiera servido para que él se salvara.

¿A ese punto llegaba su entrega a Salvador Allende?
-Sí. Una noche de agosto estábamos frente al tablero, y como a las 9 vinieron a avisarle que habían llegado los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas. Él me hizo entrar a su habitación y me pasó un librito de Mafalda. Y cuando los militares se fueron, Allende entra y me dice: “Te tienes que ir para Colombia porque el Golpe va a ser pronto”. “No -le contesto- mientras haya problemas en Chile yo no me voy”. “Si no te vas ahora, no te vas a ir nunca para Colombia”, me advierte. Y yo le pregunto: “¿Es un general o son todos los que van a liderar el Golpe?”. “Es uno solo”, respondió. Y me estoy escuchando cuando le digo: “Si tú quieres yo lo mato”. Usted no sabe cómo se descompuso. Nunca lo había visto así. Me sentó sobre la cama mientras yo le pedía que no se alterara, que sabía que yo también moriría si hacía algo así. Y lo estoy escuchando decirme con el rostro aun descompuesto: “¡No es eso lo que molesta, es que si tú lo matas, entonces qué nos diferenciaría de ellos!”. Y entendí que en ese momento él se estaba condenando a muerte. Porque otro hombre me dice que vaya y lo mate para protegerse él… Creo que todos los que rodeábamos a Allende pensábamos que íbamos a morir. Recuerdo que en esos días llamé a mi mamá y le digo: el Golpe es para estos días y voy a mandarle a las niñas a Bogotá, pero yo me quedo. Furiosa, ella me dice: “¡Te quedas! ¡Y sabes que vas a morir!” Sí, le digo, es lo más probable. “Sí, pero antes de morir debes matar a varios”. Esa era mi mamá, una mujer rebelde y con mucho carácter.

Usted estaba dispuesta a matar por él…
-Lo hubiera hecho sin dudar. Siguiendo mi costumbre en Colombia, yo entraba siempre a las reuniones armada, porque tenía un revólver que me había dado Allende, uno que le regalaron en la Unión Soviética cuando le dieron el Premio de la Paz. Seguramente no habría sabido usarlo, pero estaba dispuesta a eliminar a quien quería encabezar el Golpe.

¿Cómo definiría la relación que había entre ustedes?
-Yo le tenía una lealtad enorme…. Creo que yo era su paño de lágrimas. La Payita, era su amor, su compañera. Yo nunca lo contradije. Vi a Allende como la reencarnación de mi papá, la oportunidad de ser lo que nunca pude ser con él: su compañía, el desahogo, una tumba en lo que me decía.

Y cuando ese domingo se arrodilla y le pide que no se mate, ¿usted está hablándole también a su padre?

-Sí, porque mi padre, sabiendo que corría riesgo su vida, no se dejaba cuidar. Cuando le hacen el atentado él alcanza a ver al asesino y se lanza hacia él. Si se hubiera botado al suelo habría sobrevivido. Yo hice con Allende lo mismo que le decía mi mamá a mi papá: que se cuidara, que se tomara el poder a la fuerza… Todo el mundo saca la conclusión amorosa…

Ustedes comían muchas veces juntos, ¿por qué la necesitaba a su lado?
-... Creo que cumplía el papel de bálsamo, porque a diferencia de lo que es mi carácter -muy fuerte- entonces yo hacía todo lo que él decía y quería. Si yo estaba muerta de cansancio y me decía “vente para Tomás Moro”, yo dejaba a mis hijas y cualquier cosa que estuviera haciendo. Recuerdo que yo trabajaba en Odeplan y hacíamos turnos de guardia en las noches por miedo a que los momios llegaran a quemar papeles. Y habiendo pasado la noche en blanco sólo añoraba mi cama. Pero timbraba el teléfono y el Chicho me decía “ven a comer”... Nunca le dije que no, salvo el día antes del Golpe... Con Allende fui muy complaciente. Nunca he sido tan plástica, tan dúctil, tan entregada a una persona como lo fui con él. Estaba ahí para darle gusto. Me imagino que es eso lo que les enseñan a la geishas para complacer al otro.

“Subimos a la terraza y vimos cuando pasan los aviones y sueltan las bombas sobre la moneda. Había allí una señora que dijo “ah, ya mataron a ese bellaco”. Sin pensarlo me arrojé sobre su cuello. Si no nos separan, no sé qué le hago”.

HIJO DE ALLENDE, NIETO DE GAITAN

¿Cuándo llegó a Chile?
-En enero del ‘73. Me acababa de separar y a pesar de ser economista, no había podido conseguir trabajo en Colombia. Entonces fui al colegio de mis hijas (Alianza Francesa) a decirles a los directivos que no podía seguir pagando y que las retiraba. Cuando se enteraron los padres, se ofrecieron a ayudarme. Uno de esos apoderados era el embajador de Chile en Colombia (Julio Barrenechea), quien le contó a Allende que la hija de Gaitan estaba en muy mala situación económica, que no encontraba empleo. Así fue como me invitó a trabajar a Chile y entré a Odeplán.

¿Por qué hizo eso Allende?
-Es que nos habíamos conocido en La Habana en 1959, cuando se hizo el primer festejo del 26 de julio. Ahí conocí a Allende y a Lázaro Cárdenas (Presidente de México entre 1934 y 1940). Allende era muy amigo de Antonio García, el fundador del PS colombiano.

En esos años allende no era una figura relevante.
-Para mí sí lo era. Mi ex marido, Luis Emilio Valencia, era el vicepresidente del Partido Socialista colombiano y me lo mencionaba permanentemente. Ellos se escribían. Él decía que Allende sin duda iba a ser Presidente de Chile. Y en ese momento me emocionó mucho más conocer a Allende y a Cárdenas que al Che, al que también me presentaron. Charlamos un rato, elogiaron a mi papá y después se intensificó la comunicación escrita con Allende.

Y en 1973 se viene a Chile a trabajar a Odeplán.
-Si. Ahí hacía un trabajo que no me parecía positivo. Había un economista ruso que estaba preparando un modelo económico a largo plazo... Imagínese, ¡a largo plazo!.... Allende también me encomendó varios trabajos de índole económica, mi especialidad. Yo iba a muchas reuniones y le enviaba informes.

¿Cuándo vio a Allende en Chile por primera vez?
-Es extraño, no me acuerdo… Yo llegué a la casa de Joan Garcés y probablemente él me llevó a Tomás Moro. Sí recuerdo el día en que me dice que Carlos Altamirano (entonces secretario general del PS) le había prestado su departamento y que él me lo va a prestar a mí y me lleva a visitarlo. Al entrar al departamento él hizo un gesto muy lindo: se quita el revólver que llevaba con él y lo pone en una mesa. Ese desarmarse me conmovió mucho. Después, salimos al balcón, y nos paramos allí un rato. “Espero que en Santiago no vaya a sufrir lo que he sufrido hasta ahora”, dije. “¡Te prometo que haré que no sufras!”, me contestó. Fue un momento muy lindo.

¿Cómo se inicia su relación sentimental con Allende?
-Yo no tuve relación sentimental con Allende… ¿Quién le dijo eso? ¿Víctor Pey? Yo no fui su gran amor… Su gran amor fue La Payita.

Pero sí tuvo una relación sentimental con él y por eso estaba con Allende almorzando el 9 de septiembre en Tomás Moro, en medio de la crisis. Y estaba con sus hijas porque había otro factor muy importante que se agregó a su relación. Si sigo hablando le voy a recordar cosas muy dolorosas…
-…lo que menos me duele son las cosas dolorosas…Nadie le puede decir que Allende me amó. Nadie se lo puede decir… Porque no es verdad… Yo a veces pienso mucho sobre las últimas versiones de María Magdalena, cuando dicen que ella tuvo un hijo con Jesús. La gente no puede entender lo que es una entrega total a un ser a quien se idolatra y al que se protege más de lo que uno puede proteger a un hijo. Esa entrega no la pueden hacer sino las mujeres.

¿Eso fue lo que le pasó a usted con Allende?

-Sí…

¿Y por eso aceptó tener un hijo de Salvador Allende? Porque él le dijo en agosto de 1973 a uno de sus amigos más estrechos que iba a ser padre de un hijo que sería nieto de Jorge Eliécer Gaitán e hijo de Salvador Allende. Usted esperaba un hijo de Allende en 1973…

-El único que le podía haber dicho algo así era Víctor Pey… ¡Quién le dijo eso! Pero esa frase que usted me repite…

No fue Víctor Pey. Pero esa frase es la misma que Allende le dijo a usted cuando supo que estaba embarazada: vas a tener un hijo de Salvador Allende y nieto de Jorge Eliécer Gaitán…
(Profundos sollozos. La entrevista se interrumpirá durante más de una hora. Cuando ya en Bogotá la luz se ha ido, lentamente y con una voz muy distinta Gloria aceptará continuar).
-No entiendo cómo usted sabe esa historia. Allende no puede haberla contado a nadie más que a Víctor Pey, porque lo hizo en mi presencia... No fue un embarazo no deseado. Allende quería tener ese hijo. Él sabía que iba a morir y fue la forma de seguir viviendo, en un hijo. ¡Pero cómo pudo usted saberlo! Por eso cuando llegué a Bogotá, mi mamá me estaba esperando en el aeropuerto y me dijo: “esto es peor que la muerte de tu papá”. Ella era la única que sabía que yo estaba embarazada. Se lo escribí desde Chile. Mi mamá guardó todas las cartas, pero no las he querido leer. Las han leído mis hijas... Yo pensé que el único confidente que Allende tenía de sus cosas más íntimas era Víctor Pey. Porque en Tomás Moro lo vi muchas noches junto a Joan Garcés y Danilo Bartulín.

¿Qué la sedujo de Allende? Porque conociendo su vida, no fue el poder.

-Claro que no fue el poder. Es muy difícil decir qué me sedujo de él porque no es una cosa de la razón, sino de la emoción. Verbalizar sentimientos es muy difícil. No me deslumbraba intelectualmente…

Su ex marido sí la conquistó con su intelecto, ¿no es verdad?
-Yo me casé con Luis Emilio porque no me sentía capaz de manejar la herencia política de mi papá. Y ya casados me enamoré de él porque era un hombre muy vital y agradable. Podía estar en una casa de campesinos sintiéndose muy cómodo comiendo un sancocho en el suelo y también podía ser sibarita. Es de una familia muy distinguida y tiene porte de príncipe. En cualquier condición encontraba el poema adecuado. Era muy divertido e inteligente. Yo me enamoré mucho estando casada, pero me casé con la cabeza.

¿Allende la sedujo por la fuerza que transmitía?
-Es que no me acuerdo en qué momento me enamoro... Recuerdo como si fuera hoy el día en que me llevó al departamento de Carlos Altamirano. También el día en que me trató de “usted”. Me asombré mucho y le pregunté “¿qué te pasó conmigo, ¿por qué no me tuteas?”. Y me explicó que en Chile cuando se vuelve al usted en una relación, es por afecto. Y ya no me volvió a tutear.

Él la llamaba “Indiecita” ¿por qué?
-Porque soy muy púdica y entonces él me preguntaba por qué era así. Y yo le decía que el origen estaba en mi cultura indígena: “Las indígenas somos púdicas”, Yo era muy tímida con él. No hacía nada que no fuera de su agrado. Un día llegó a Tomás Moro. Yo estaba mirando un partido de fútbol de Colo Colo por TV. Se me habían roto mis anteojos y me había puesto unos muy feos. Me miró y me dijo: “El primer deber de una revolucionaria es verse bonita, ¡y te ves feísima con esos anteojos!”. Yo no tenía plata para comprarme otros de manera que no usé más esos anteojos a pesar de que cuando encendíamos la TV no veía nada. Yo no quería que nada lo perturbara. Me había transformado en otra persona. Nunca le dije que no recibía dinero por mi trabajo en Odeplán, que a veces pasábamos hambre con mis hijas. Nunca lo supo...

¿Se lo ocultó por orgullo?

-Por no molestarlo. Me acuerdo que un día Allende me dijo: “yo no hago más que invitarte a comer y tú nunca me has invitado a tu casa. Invítame a comer”. Y yo le dije, “pero Chicho, yo no tengo mesa de comedor”. “Yo te la mando”. “Pero yo no tengo vajilla, tengo solo tres platos”.

Usted asesoraba al presidente y vivía tan precariamente.
-Totalmente. Porque, pese a la oferta de Allende, la Contraloría no había aceptado mi contratación. Entonces vivía en una situación de indigencia y gracias a lo que me prestaban los amigos: Joan y Vicente Garcés y José Luis Roca, un amigo boliviano diplomático y casado con colombiana (ex embajador, ex ministro y ex senador). Entonces Allende me dijo “yo llevo la vajilla y la comida. No tienes excusa”. Y lo hizo. Nos estábamos sentando a la mesa cuando entró muy alterado un muchacho del Gap y le dijo que acaban de matar a su edecán naval. Esa noche estábamos comiendo Allende, el jefe del Gap (Bruno Blanco), Danilo Bartulín y yo. De inmediato Allende se fue y la comida quedó ahí.

El edecán naval de Allende, Arturo Araya Peters, fue asesinado la noche del 26 de julio de 1973 por Patria y Libertad. Allende estuvo en la embajada cubana para la conmemoración del aniversario de la revolución, ¿y después se fue a su casa?
-Así fue. Por eso al día siguiente Allende me llamó: “Indiecita, le quiero pedir autorización para decir en el Consusena (el Consejo Superior de Seguridad Nacional) que el jefe del GAP estaba conmigo en tu casa. Porque están diciendo que él mató al edecán naval y tú eres testigo de que en ese momento él estaba contigo”. Por supuesto que puedes decirlo, le contesté. “Pero eso significa que los militares van a saber que yo como en tu casa. Ahora vas a tener que cambiarte. Vente a vivir a Tomás Moro con tus hijas –dijo-, aquí estarás protegida”. Le respondí que no. Las cosas se arreglaron de otra forma. Porque mi amigo boliviano, José Luis Roca, estaba buscando una casa más grande para irse a vivir con su familia y encontró una muy bella y pequeña que le arrendaban amoblada. Entonces decidimos que yo me iría a la casa pequeña y José Luis a la de Américo Vespucio. Me mudé poco tiempo después del asesinato del Edecán Araya. Ese cambio me salvó la vida.

DESPUÉS DEL GOLPE

¿Qué pasó con usted el día del Golpe?
-En la madrugada del martes me llamó una amiga judía, Sara, que trabajaba en el Ministerio de Educación. Eramos muy amigas. “Acabo de escuchar por radio que están saliendo a la calle los tanques en Valparaíso, ¿qué sabes?”. No tenía idea. Yo llamaba todos los días a Salvador Allende entre 8 y 8:15 de la mañana. A esa hora ya había leído los periódicos y le hacía un resumen. Ese martes muy temprano lo llamé. Y me contestó Víctor Pey. ¿Es muy grave?, le pregunté. Su respuesta fue: “Es definitivo, y el doctor me pidió que lo llames a su teléfono directo en La Moneda”. Lo llamé a La Moneda. Me contestó un compañero del GAP quien me dijo que el compañero Allende iba a pasar por ahí en un instante. Pasó mucho tiempo. Quizás no fue tanto pero a mí me pareció muy largo y yo no tenía derecho a estar copando su teléfono privado en esos instantes críticos. Colgué. Mi amiga Sara me recogió y nos fuimos a Odeplán. Mi oficina ya estaba tomada por el Ejército. Nos fuimos al Ministerio de Educación, subimos a la terraza y vimos cuando pasan los aviones y sueltan las bombas sobre La Moneda. Había allí una señora que dijo “ah, ya mataron a ese bellaco”. Sin pensarlo me arrojé sobre su cuello. Si no nos separan, no sé qué le hago. La señora se fue y Sara y yo también nos fuimos. Llegamos a mi casa. Mis hijas ya estaban allí. Puse en la ventana un retrato de Allende con una bandera negra. Y mi barrio era muy reaccionario.

¿En qué momento se enteró de que Allende estaba muerto?
-No lo recuerdo. Pero ya sabía qué iba a pasar. Estaba preparada por Allende y tan segura de que el día que llegara el Golpe él moría en La Moneda, que el que me contestara Víctor, desde la habitación de Allende, hizo que en ese momento lo diera por muerto. Pero el dolor no viene enseguida. Es como si una estuviera anestesiada. Una herida que no cierra... Al día siguiente, el 12, me llama mi amigo boliviano José Luis Roca y me dice: “El Ejército te está buscando, tienes que irte a la embajada de Colombia, después te cuento”. Y colgó. Yo no me fui. Después me enteré que el 11 de septiembre llegaron tempranísimo los militares a buscarme a la casa que había ocupado en Américo Vespucio y en la que vivía Roca, quien les dice: “Yo no conozco a esa señora”. A pesar de que lo amenazan, Roca no dice dónde estoy y les dice a que se estaban metiendo en un lío porque él era diplomático boliviano, contrario al gobierno de Allende. Lo llevaron a un cuartel, lo pusieron desnudo junto a unos brasileños y les echaban chorros de agua fría. Cuando amaneció, un coronel lo autoriza para ir hasta su oficina custodiado por militares a buscar su pasaporte diplomático. Ahí lo sueltan y José Luis de inmediato me llama… Ese día 12 también me llama Joan Garcés: “Gloria, te tienes que ir a la embajada de Colombia”. ¡Jamás!, le respondí. “No es un consejo, es una orden, te lo ordena el partido”, replicó. Y yo que en ese entonces creía en la disciplina partidaria, obedecí. Ya unos amigos habían venido a buscar a mis hijas para llevárselas a una finca fuera de Santiago. Pasé donde la vecina, hermana del dueño de la casa que arrendaba, y le dije: señora, quien realmente tiene arrendada su casa no es José Luis Roca, sino yo, y me están buscando. Si llegan a localizarme le van a destruir la casa a su hermano (un diplomático que estaba en Inglaterra). Y agregué: “A usted le conviene llevarme a la embajada de Colombia en su automóvil”. Ella accedió. Cogí una maleta pequeña y eché allí todos los regalos que me había dado Allende.

¿Qué regalos?
-Tres ponchos, para mis hijas y para mí, con una tarjeta que decía “para que sientas el calor del pueblo chileno”; un collar de caracoles blancos mapuche que traía buena suerte; una pulsera que hacía juego con un collar de Marruecos; un radio-grabador y una casete con un discurso que desafortunadamente me robaron y donde él citaba a mi papá. Cuando me lo regaló me dijo que debía escucharlo después que muriera. Me lo entregó con una tarjeta que decía “aquí o desde el más allá yo siempre te hablaré”… Eché todo en esa maleta: cartas, tarjetas y regalos y se me olvidó poner cepillo de dientes e incluso ropa para cambiarme. ¡Nada útil puse! Me metí en el baúl del Renault de mi vecina y llegamos a la embajada.

¿Qué ocurrió en la embajada?
-Estaba Enrique Santos Calderón, quien fue director del diario El Tiempo de Bogotá, y el embajador Juan B. Fernández, que se decía liberal y hoy es dueño del periódico El Heraldo de Barranquillla. Yo pido asilo y el embajador me dice: “Yo no la recibo porque soy partidario de los militares, usted váyase a la calle”. Y el cónsul, Octavio Calle, dice: “Embajador, usted es el jefe de la misión, pero tendrá que pasar por encima de mi cadáver antes de que esta señora salga, porque si ella sale la matan”. El embajador insiste en no dejarme entrar. Se inicia una tremenda discusión. Enrique Santos también interviene en mi favor. Y Octavio Calle dice: “Voy a llamar al Presidente Pastrana”. El Presidente se comunica con el embajador y le da la orden de que me haga entrar. Y comienza a llegar gente pidiendo asilo y el embajador no los dejaba entrar. Intervengo de nuevo diciéndole al embajador que no puede cerrarles la puerta, forcejeamos y yo terminó abriendo la puerta y entran uruguayos, brasileños, paraguayos, argentinos, colombianos (hubo más de mil refugiados en la embajada de Colombia).

¿Cuándo logra usted regresar a Colombia?
-Un día llega un coronel colombiano de apellido Rodríguez y dice: “El Presidente Pastrana mandó un avión para recoger sólo a los colombianos porque a todos los demás los van a devolver a sus países”. Yo le digo. “¿No sabe lo que significa eso? Hay dictaduras, es la muerte segura para ellos”. Gustavo Salamea, pintor, hijo de la crítica de arte Marta Traba y de Alberto Salamea, ex periodista y ex embajador, dice “hagamos una huelga”. Y la hicimos diciendo no nos vamos para Colombia si no se llevan también a los asilados de otros países. El coronel Rodríguez dice: “Este avión ha venido a salvarla a usted y a sus hijas, que otros quepan en el avión es otra cosa, pero el Presidente Pastrana necesita que usted llegue viva a Colombia”. Mi respuesta fue: yo no me voy si no llevan a los demás. La huelga duró varios días hasta que el coronel Rodríguez me dice: “El Presidente le manda a decir que le promete que manda otro avión para que saque a toda la gente aquí asilada, que vayan primero los colombianos porque no caben todos”. Hablé con Pastrana por teléfono. Me dio su palabra de Presidente y le creí. El coronel Rodríguez organizó la salida. Mi cumpleaños es el 20 de septiembre y yo lo pasé en la embajada, en la huelga. El embajador nos dijo que los militares no nos dejarían sacar nada y nos informó que ponía a nuestra disposición un container de madera que él enviaría en el avión como valija diplomática para que nosotros metiéramos todas nuestras pertenencias. En el apuro, se me rompió mi collar de caracolas blancas, cuando terminé de recogerlas ya el container estaba cerrado. Ahí el embajador dijo: “Yo digo que esta maleta también es valija diplomática”. Íbamos en medio del vuelo cuando el hombre de la Cruz Roja nos dice que los militares habían despedazado el container. Con angustia pregunté por una maleta saxoline negra y pequeña. “Sí, claro, también la destrozaron”. ¡Había perdido todo! Por la noche, ya en Bogotá, en el departamento de mi mamá, golpean a la puerta. Y veo entrar al coronel Rodríguez. Yo corrí el riesgo y le di las cartas de Allende al coronel para que él me las sacara. Y él me entrega mi maleta y me dice: “Yo tenía una maleta igual a la suya, y cuando vi que estaban rompiendo todo, y sabiendo que allí usted había puesto los regalos de Allende, tomé la suya y dije que era mi maleta y dejé que destrozaran la mía. Lo hice porque tenía una deuda con su padre. Él me dio la beca para estudiar derecho, soy lo que soy gracias a él”. “¿Y dónde están las cartas?”, le pregunto. “Esas sí que me las quitaron”, dijo. Me puse lívida. Y cuando él vio que estaba descompuesta, sacó el fajo de cartas desde el interior de su chaqueta, me las pasó y dijo: “Ahora estoy en paz con su papá”.

EN COLOMBIA

Al regresar a Colombia, ¿le costó rearmar su vida?
-Estaba en una situación económica muy precaria. Mi mamá no era rica y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenernos a mí y a mis hijas. Pero muy luego me incorporé a la vida política de mi país. Debí parar cuando los asesinatos a los gaitanistas continuaron con más fuerza. No quise ser responsable de más muertes.

¿Qué pasó con el hijo que esperaba?
(Nuevamente la entrevista se interrumpe. Pasa más de una hora antes de que ella pueda sacar la voz y empezar con dificultad a relatar lo que ocurrió un día de octubre de 1973 cuando caminaba por una calle de Bogotá. Recuerda que no lloró ni el día del Golpe ni los posteriores. Pero el torrente estalló el día en que sintió que algo caliente corría por sus piernas. No quiso mirar. Se apoyó en la pared. Un dolor agudo en el vientre le confirmó su peor pesadilla. El hijo de Salvador Allende que ella llevaba en su útero se le escapaba en un hilito de sangre. Y miró a su alrededor…)
-Fue un golpe muy duro… Yo iba pasando por Carrera 13, muy cerca de la Clínica de Marly, cuando sentí que me corría algo por las piernas… Me regresé para ir a la clínica y al levantar los ojos vi el aviso que decía “ginecólogo” y era de apellido Gaitán. Estaba justo al frente de su consulta, no sé si todavía está ahí… No dudé, entré, subí y el doctor me atendió de inmediato….(El relato se vuelve a interrumpir. Cuando recobra el aliento recuerda la imagen más trágica de la jornada: el basurero de plástico verde donde quedó el feto del hijo de Salvador Allende y nieto de Jorge Eliécer Gaitán. Es en ese momento cuando Gloria estalla en sollozos)-Lo increíble es que después yo sentí que seguía embarazada… Como si fuera un proceso en que yo no hubiera llegado a dar a luz… A pesar del golpe tan tremendo…

Usted me dijo que ese hijo no fue casual, y que allende incluso le dijo a uno de sus amigos que cuidara de él, que él le pidió tener ese hijo cuando se dio cuenta de que el Golpe era inevitable y tomó la decisión de morir defendiendo la democracia.
-… Así fue. Fue Allende quién lo decidió y en ese momento, cuando toma la decisión de morir defendiendo la Constitución y piensa que una manera de prolongar su vida es con un hijo… Además, le parecía un milagro que fuera también nieto de Jorge Elecer Gaitán. No, esa no fue una historia de amor… Yo se lo dije.

7.5.07

Excitados y deprimidos II


Antonio Cortés Terzi

En la primera parte de este artículo se decía que la excitación y entusiasmo que muestra la derecha se debe al autoconvencimiento de tener un triunfo asegurado en la próxima elección presidencial y que esa confianza la deposita, fundamentalmente, en el supuesto que la Concertación y el gobierno se encuentran en una inexorable declinación por situaciones y conflictos internos que les serían endémicos e imposibles de superar. Se argüía, a su vez, que ese supuesto era, al menos, exagerado y que tanto el uno como el otro disponían de espacios para maniobrar y reconstruir una estrategia de poder. De hecho, los discursos y gestos exitistas de la derecha operan como un fuerte incentivo para la reacción del universo concertacionista.

El punto clave es que la derecha no cuenta aún con una estrategia propositiva, compartida y sujeta a factores y movimientos que sean de su entero manejo y no tan dependiente, como hasta ahora, de lo que haga o no haga su adversario. El asunto es si la derecha es capaz de edificar una estrategia propia, única y común y en base a lo que le ofrece el escenario político real. La hipótesis que aquí se sostiene es que ese es un camino muy complejo y lleno de dificultades que se origina en cuestiones muy sustantivas.

Antes de abordar un par de estas cuestiones debe tenerse en cuenta un factor sobredeterminante en el optimismo derechista. Es evidente que su sentir y su pensar triunfalista están muy influidos por los estragos políticos y sociales que le produjo a la Concertación la frustrante y caótica puesta en marcha del Transantiago. En sus visiones y cálculos futuros ese dato pesa como factótum. Ninguna duda cabe de ese daño, pero nada asegura que sea irreversible. Lo que sí es racionalmente previsible es que en dos años más el Transantiago estará lejos de gravitar, como lo hizo, en el plano político y comunicacional. De ahí que sea un grueso error imaginar “transantiaguizadamente” los escenarios futuros y planificar en consecuencia.

Ahora bien, una de las complejidades que enfrenta la derecha para erigir estrategias radica en que, además de seguir siendo minoría electoral, también es minoría socio-cultural. En la derecha chilena se impone, cultural y discursivamente, un sello conservador que contradice las dinámicas socio-culturales intrínsecas a los procesos modernizadores y a las que, en lo grueso, adscriben las mayorías. Por otra parte, tampoco la derecha ha superado la percepción que de ella se tiene acerca de su pertenencia a elites oligarquizantes y “clasistas”. Todo lo cual redunda en altos niveles de dificultad para devenir en cultura política hegemónica, esto es, que armonice con las tendencias culturales modernizadoras y con lo que podría caracterizarse como “cultura nacional-popular”.

Lo anterior no significa que la derecha no pueda devenir en gobierno. Significaría simplemente que, en esa eventualidad, se trataría de un gobierno social y socio-culturalmente minoritario. Más allá de lo que ello pudiese implicar para el ejercicio gubernamental, es un asunto que tensiona definiciones estratégicas previas. Su drama es que para poder ser mayoría en una elección presidencial debe “ocultar” las esencialidades que la condicionan como minoría social y socio-cultural. Pero ese es sólo el comienzo del drama. Luego se profundiza porque tal “ocultamiento” es resistido como estrategia dentro del mundo derechista.

Esa resistencia proviene, antes que todo, de la “ortodoxia” UDI. Pero también hay otros sectores que manifiestan posiciones similares. Por ejemplo, Lucía Santa Cruz, en el artículo “Por qué la derecha no gana las elecciones” (EM, 8/4/07), dice: “…la derecha no se cree su propio cuento y, en vez de tener el coraje de sus convicciones, de convencer y seducir con un proyecto alternativo al actual, se mimetiza con sus adversarios y adopta banderas para ganar votos, con los resultados de todos conocidos”.

En términos concretos tales discrepancias son un óbice para que la derecha arribe a una estrategia clara y sinérgica. Lo son y lo han sido de por sí, pero hoy se potencian o extreman, por cuanto su precandidato presidencial mejor posicionado es Sebastián Piñera. La “ortodoxia” UDI y las corrientes “hegemonistas” aceptaron a regañadientes la estrategia “popular-centrista” de Lavín para la elección de 1999 y, lisa y llanamente, no se sometieron a ella en la elección del 2005. Y Lavín era un candidato de sus filas y de sus confianzas. Piñera no lo es y tiene disposición y recursos infinitamente superiores a los de Lavín para desplegar una estrategia autónoma y distante del alma de la “derecha profunda”. Hoy por hoy no es creíble que Piñera conceda y retroceda en sus lineamientos estratégicos, como tampoco es creíble que la ortodoxia UDI permita que toda la derecha se pliegue tras la estrategia piñerista, abandonando sus lógicas hegemonizantes.

En suma, el triunfalismo de la derecha es precipitado y hasta paradojal. Precipitado porque carece de estrategia presidencial común y porque en la búsqueda de ella la acechan peligros de desacuerdos ancestrales. Y es paradojal, porque buena parte de su fe está basada en la popularidad que ostenta Sebastián Piñera, popularidad que con mucha energía van a tratar de mermar sectores de la propia derecha. Y ya hay un indicio: el radical y sobreactuado desmarque de la UDI del empresariado ¿no es, también un elíptico ataque a Piñera?

2.5.07

Concertación: agonía y sobrevida / Excitados y deprimidos I

EL TEXTO ES DE antonio cortés terzi, DESTACADO ANALISTA POLÍTICO, PS Y DIRECTOR DEL centro avance (www.centroavance.cl). SU PROPUESTA FUE CALIFICADA COMO "DESCARNADA"... PUEDE SER, PERO DESDE AFUERA PARECE MÁS QUE NADA REALISTA (Y, EN ALGUNOS PUNTOS, HASTA OPTIMISTA).
ME GUSTÓ LA FRASE FINAL, DE LA QUE -PÓNGANLE LA FIRMA- MUCHOS VIVIRÁN POR DEMASIADO TIEMPO.


Antonio Cortés Terzi
La derecha se encuentra en un indisimulado estado de entusiasmo y excitación. La Concertación, en cambio, anda ofuscada y depresiva. Ese cuadro anímico contrastante está influyendo fuertemente en las conductas políticas y en el clima comunicacional.


Las razones fundamentales que explican la disimilitud de ánimos son, por un lado, la fe de la derecha en un seguro triunfo en la próxima elección presidencial y, de otro, el pesimismo de la Concertación respecto de lo mismo, agravado por la percepción que no puede o no sabe cómo salir de los atolladeros en que se encuentra.

Los ánimos descritos tienen asideros reales y racionales en el contexto coyuntural. También hay elementos más estructurales que les prestan amparo. Pero todavía no responden a la configuración de tendencias político-históricas duras y que aseguren su permanencia hasta la apertura del proceso electoral presidencial.

La derecha debería tener en cuenta una cuestión básica en política y en cualquier actividad competitiva: sus pronósticos son excesivamente optimistas pues están basados no en su buen juego, sino, esencialmente, en el mal juego de su contrincante. Y eso constituye una gran debilidad estratégica: significa depender en demasía de la posibilidad que la Concertación y el gobierno sigan cometiendo errores graves e implica que no ha puesto a prueba la calidad –ni siquiera la existencia- de una estrategia propia, única y autosustentable.

La derecha confía en que al gobierno le irá mal por: i) la persistencia de contradicciones político-programáticas e indisciplinamientos en la Concertación y ii) una debilidad política y lideral intrínseca al gobierno y que tendría su origen en limitaciones de la propia Presidenta.
Reconózcase que estas confianzas no son enteramente irracionales ni puramente especulativas o arbitrarias. Pero tampoco son verdades completas e inmutables.

Las limitaciones que efectivamente ha mostrado la Presidenta tienen que ver, probablemente, con lo siguiente:

  • con su inexperiencia en el desplazamiento por dentro de las redes y vericuetos del poder formal e extrainstitucional;

  • por grados de carencias en su sentido del poder, especialmente en lo que respecta al insoslayable lado “animalesco”, “autoritario” del mismo; y

  • porque en el ejercicio de su mando no ha actuado siempre con la esencia de su personalidad y en momentos se ha dejado llevar por consejerías tradicionales (en casos, amateurs) que han mermado sus virtudes sin aportarle valor agregado alguno.

Ninguna de estas cuestiones es insuperable. De hecho, la magnitud de las situaciones críticas que ha enfrentado la Presidenta es una formidable “escuela” para superar las dos primeras limitaciones. Y sobre la tercera hay indicios que estaría optando por actuar con la impronta que le dicta el “alma” de su personalidad.

El asunto de los conflictos y desórdenes al seno de la Concertación tampoco son datos que conduzcan fatalmente a una “crisis catastrófica”, en términos político electorales. No es aventurado decir que la Concertación está en una fase terminal en cuanto a su representación de proyecto histórico y conceptual común a una centro-izquierda moderna. Pero, aunque con mala calidad de vida, puede sobrevivir varios años soportando los dolores de su fase terminal.

Para que esto último ocurra debería, primero que todo, asimilar ese estado de cosas y aceptar –cínicamente si se quiere- que ha devenido, en esencia, en pacto político-electoral, con unas pocas definiciones programáticas basadas en laxas definiciones conceptuales. O sea, conformarse con una mala calidad de vida, para asegurarse una mayor sobrevida político-electoral. Feo, pero funcional y realista.

Para que ese tratamiento dé frutos debe adoptarse algunas medidas.

  1. Sería menester construir una masa crítica transversal que vele por el predominio de una visión de esa naturaleza.

  2. Se necesitaría acotar los límites de la “autonomía” de los pre-presidenciables y de sus adherentes, pues tras esas “autonomías” –en especial de los adherentes- se ocultan muchos de los eventos de indisciplina y desorden y los afanes ideologizantes.

  3. Resultaría recomendable simplificar la agenda programática en torno a dos considerandos: i) priorizar los proyectos de contenido social-popular más sensibles, significativos y emblemáticos y ii) privilegiar el impulso de aquellos proyectos más consensuados al seno de la Concertación.

  4. Hacer esfuerzos adicionales para acelerar una buena implementación de los programas sociales ya existentes y que muestran serias carencias en el plano de su ejecución.Es muy probable que con estas simplezas mejore el ánimo concertacionista y que con esa mejoría vuelque sus enojos hacia la ensoberbecida derecha.

Al fin de cuentas, todavía es un buen programa de centro-izquierda el plantearse el seguir derrotando a la derecha.